termina con el Ser que en tu sangre, fugaz
hambriento de juego, corriendo va,
sustancia pasajera que pronto muere;
átale una soga al cuello y apriétale
hasta botar sus ojos y amoratar su rostro,
lenguas que antes repetían y aseguraban
conocer la inocencia, conciencia pura,
repleta de infancia, de pura infancia;
sésgalo hasta los tobillos, para que ya no ande,
se te escapa el niño, se escurre de tus deseos
como el agua, que los rayos del sol esconde,
a grandes pasos trompicados huye de ti
y es que quizás aun no lo has notado,
pero te niegas rotundo a ser un hombre.
Antonio Escribanto
México, D.F. a 30 de Julio de 1999
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