sábado, 17 de septiembre de 2011

Hay veces que te recuerdo...

Hay veces que te recuerdo desnuda, toda tú, toda entera,
con tu frágil cintura sosteniendo el ritmo de la espera,
te recuerdo a detalle, tu cabello, tus tristes ojos y tu boca,
tu risa, tu aliento, tus palabras salidas del pensamiento,
tu mirada que denotaba ternura, tu misticismo en cada paso,
recuerdo tus manos, tu piel, el lunar a la altura media de tu espalda
y de nuevo tu sonrisa sincera, tus ojos ahora sonrientes.

Recuerdo el timbre de tu voz como si estuvieras a mi lado ahora,
tu risa por usar la ropa inadecuada, por el color de mis pantalones
pero todo eso son recuerdos que se deslavan a cada día con la lluvia,
erosionado se encuentra mi corazón, fragmentado por los recuerdos,
recuerdo nuestros momentos a solas en nuestro palacio de hierro,
tantos recuerdos que se aglutinan en el fondo de mis pensamientos
y regresan una y otra vez, como mi insistencia de saberte viva.

Y hay veces que te recuerdo como más me gusta recordarte,
sin ojos, sin boca, sin manos, sin cuerpo, sin ideas, sin forma,
sin enojo, sin lágrimas, sin gritos, sin reclamos, sin esperas,
porque así te puedo poner cualquier nombre, cualquier rostro
y puedo volver a enamorarme de tu ternura, de tu paciencia,
porque así, puedo buscar tu sonrisa, tu mirada, tu pasión
en la mujer que ahora tengo en mi palacio, durmiendo en mi alcoba.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Hay noches inciertas

Hay noches, noches desnudas que no tienen siquiera un velo que les cubra sus miserias, que destilan hedor de muerto, que erizan los cabellos a la par del maullido de dos gatos fornicando; soledades, tristezas disfrazadas de alegrías que confluyen a un sólo punto, la oscuridad de un callejón donde duerme el indigente, la calle vacía y sólo un par de tacones a lo lejos, noches que me causan espanto de sólo pensarlas, cierro los ojos e intento conciliar mis ideas con la almohada esperando que me mande el sueño reparador, pero no será esta noche, porque hay noches, terribles noches de insomnio que sólo buscan desgarrar mi espalda con esas feroces garras llamadas destino; ya vendrá la calma, cuatro soles y el bullicio de la gente me salvarán nuevamente, de estas terribles noches que me condenan a escribir y escribir, hasta quedar postrado frente a la oscuridad de mis pensamientos atribulados y rotos.